por Sonia Melgarejo
Es muy probable que en alguna ocasión haya pasado por un mal momento, en el que un problema o varios le han causado malestar, estrés o preocupación. Posiblemente porque haya pensando que no era capaz de resolverlo, sintiéndose como en un “callejón sin salida”. Sin poder ver la luz sobre su situación.
En estos tiempos que corren, en muchas familias los problemas han aumentado por la situación económica, y como consecuencia de ellos también los problemas psicológicos y emocionales.
Generalmente cuando nos encontramos ante estas situaciones podemos adoptar dos actitudes:
En un primer caso sería que, ante el problema en cuestión, nos centramos en las emociones que este nos produce, malestar, tensión, tristeza, etc. Y en un segundo caso podemos optar por centrarnos en el problema, buscando diferentes alternativas para solucionarlo, centrándonos por tanto en la acción para su solución, no decayendo y no permitiendo que las emociones resulten un obstáculo para ello. Se trataría por tanto de centrarse en la tarea.
Las personas que suelen adoptar la actitud del primer caso, suelen sufrir más malestar y estrés, y por tanto más dificultades para regular sus emociones y resolver los problemas que las personas que adoptan la segunda actitud.
Cuando una persona se centra en el problema para buscar soluciones, es capaz de controlar la situación en vez que la situación lo controle, que es lo que les sucede a las personas que se centran en la emoción. Como también saben poner en marcha sus capacidades, entre ellas el pensamiento y la creatividad para generar alternativas y soluciones para su problema. Hecho que termina fomentando el autocontrol y la autoestima, por un lado por ver que se es capaz de controlar la situación y por otro porque terminamos valorando más nuestra capacidad siendo más conscientes de que podemos.
Si bien es cierto que en momentos difíciles agudizamos más el ingenio y desarrollamos la creatividad. La necesidad hace que usemos más estas capacidades, precisamente porque no tenemos las cosas fáciles.
Otra característica que influye a la hora de enfrentarnos a los problemas, tiene que ver con a que atribuimos el origen de los eventos que nos suceden:
Por un lado, podemos atribuir lo que nos pasa a nuestras propias acciones. A nuestro esfuerzo, habilidades y responsabilidad personal. Y por el otro atribuir lo que nos sucede al azar, destino, suerte, decisiones de otros. Con lo cual de esta última forma, la persona piensa que no puede hacer nada ante lo que le sucede, que nada puede cambiar ante su esfuerzo o implicación; y por tanto por mucho que lo intente considera que no tiene el control. Por eso para el caso que nos ocupa es preferible atribuir lo que nos pasa a nuestras propias acciones, para poder sentir que tenemos el control, y en el caso de las adversidades poder cambiarlas, y cuando se trata de éxitos logrados poder celebrar que nuestro esfuerzo ha merecido la pena. Y por tanto reforzaremos más nuestra autoestima, que si pensamos que no se debe a nosotros sino al azar o a la suerte.
En todo esto entra en juego la resiliencia que es la capacidad del ser humano para hacer frente a las adversidades de la vida, superarlas e inclusive ser transformados positivamente por ellas. Es un término que se encaja en la corriente de la psicología positiva, y suele hacer referencia a aquellas personas que han sufrido una situación traumática, han sido capaces de superarla y además han desarrollado una serie de recursos. Crean como una fuerza interior producto de sus vivencias, que resulta un ejemplo de actitud ante la vida. Entre las cualidades que nos ayudan a ser resilientes o “resistentes ante la adversidad” están la autoestima y la creatividad que ya hemos mencionado. Hay que tener en cuenta que el ser resiliente se construye, con lo cual con esfuerzo podemos trabajar estas cualidades.
No podemos olvidarnos de la empatía, que es nuestra capacidad de ponernos en el lugar del otro, de comprender lo que siente y entender como nuestros actos le pueden afectar. En momentos difíciles resulta importante que mostremos empatía hacia esas personas que lo pasan mal, que comprendamos la situación por la que pasan y mostremos nuestro apoyo. No tiremos piedras donde ya las hay, ayudemos más bien a quitar las que molestan para que esa persona se pueda volver a levantar. En la gran mayoría de ocasiones el tener un apoyo emocional resulta de gran valor, especialmente porque ayuda al otro a no sentirse solo a la hora de afrontar las dificultades.
Como recomendaciones a la hora de enfrentarnos a un problema, resulta importante:
Eliminar los pensamientos irracionales o poco realistas, como pensar que “todo lo malo me pasa a mí”, hay que evitar los términos absolutos de “todo o nada” porque no se ajustan a la realidad. Ya que ni todo lo que nos pasa es malo, como tampoco todo lo que nos pasa es bueno. No debemos tampoco generalizar como por ejemplo “siempre que lo intento me sale mal”. Es preferible que siempre optemos por lo puntos medios.
Evitar pensar “si hubiera hecho esto, lo mismo ahora no estaría así…”. No sirve de nada, porque no podemos volver atrás para cambiar lo que hicimos, pero si podemos cambiar lo que vamos a hacer en el futuro próximo.
No dejarse llevar por las emociones, que nos hacen sentir como que todo se nos viene encima o sobre la cuerda floja.
Y lo más importante, adoptar una actitud positiva que nos permita ver el problema como una oportunidad de crecimiento, más que como un pozo sin fondo. Buscar diferentes alternativas, sopesar las ventajas e inconvenientes y adoptar aquella que mejor convenga.
Sin olvidarnos de que siempre podemos contar con el apoyo de los demás.
Publicado en PsicoEducate. Post original aquí.
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