¿Piensas estratégicamente, o solo planificas?

por German Gorriz

Nunca antes la estrategia ha sido más necesaria, importante y desafiante que en el contexto actual de competencia global. Cada vez más las organizaciones están asumiendo y aprendiendo, que la experiencia pasada, no es siempre la mejor base para desarrollar estrategias futuras. La planificación estratégica, no es igual que pensar estratégicamente.  «Hacer las cosas bien» ya no es suficiente, porque el desafío está en cómo crear valor para los clientes.

El ejercicio de la planificación estratégica, aunque importante, tiende a responder al «cómo» y «cuándo» de los pasos que la empresa va a tomar, pero rara vez capta la esencia de lo que significa pensar estratégicamente.

Ahí es donde entra el pensamiento estratégico. El pensamiento estratégico es el «qué» y «por qué» del proceso de planificación. Responde a la pregunta: «¿Qué debemos hacer, y por qué?»

Esta forma de pensar requiere innovación y creatividad e incluye una fase de investigación para examinar la voz del cliente, el empleado y las mejores prácticas del sector.

Según Greg Githens, el pensamiento estratégico se define como:

La capacidad del individuo para pensar conceptual, imaginativa, sistemática y de forma oportuna con respecto al logro del éxito en el futuro.

Githens también explica que la palabra «éxito» debe considerarse en el contexto del significado habitual de la palabra estrategia; Es decir, algún campo de competencia (mercado, juego, carrera) donde la estrategia provecha la ventaja y conduce a un resultado deseable para el estratega.

Pero este pensamiento estratégico, no se define sin límites, ya que la conceptualización y la imaginación aplicada, deben estar contenidas dentro de los límites del conjunto de reglas del «juego» o mercado. Porque, piensa en esto: si no hay competencia, no hay necesidad de estrategia.

Si el éxito es la consecuencia de una estrategia, el pensamiento estratégico implica considerar preguntas tales como: ¿Cuáles son las causas del éxito? ¿Cuál es la mejor manera de diseñar una estrategia para adaptarse a la situación?

El pensamiento estratégico es un proceso de planificación que aplica la innovación, la planificación estratégica y la planificación operativa para desarrollar estrategias empresariales que tengan mayores posibilidades de éxito.

Desglosando el pensamiento estratégico, la planificación estratégica y la planificación operativa vemos que:

Pensamiento estratégico – es el «qué» y el «por qué» … eso es lo que deberíamos estar haciendo y por qué.

Planificación estratégica – es el «cómo» y «cuándo» … a un nivel muy alto.

Planificación Operacional – es los detalles específicos de cómo y cuándo.

Adaptado de: B. Tregoe;John W. Zimmerman

La buena noticia es que el pensamiento estratégico puede aprenderse y entrenarse, pero el cerebro tiene que estar en una condición donde pueda experimentar la intuición y la creatividad, y en general en este lado del planeta, no solemos predisponer nuestra empresa y forma de hacer negocios para tal fin.

El mejor pensamiento estratégico ocurre cuando el cerebro está «listo» en calma, pudiendo acceder a sus profundas ondas theta y delta para llegar a ver nuevos patrones, nuevas posibilidades y nuevos horizontes que pueden no haber sido vistos anteriormente.

Desde luego lo importante siempre consiste en hacerse las preguntas adecuadas y la neurociencia puede ayudarnos a hacer esto más eficazmente.

Las preguntas adecuadas


Patricia Riddell, Profesora de Neurociencia Aplicada en la Universidad de Reading, sintetiza esto en tres habilidades esenciales para hacernos esas preguntas claves, para el «cuestionamiento estratégico»:

– La Neuroplasticidad es la clave de todo

Muchas organizaciones e individuos tienen creencias anticuadas y limitantes sobre lo que es posible. Estos se derivan de una comprensión anticuada del cerebro y tienen consecuencias negativas autodestructivas.

Neuroplasticidad  tiene que ver con como el cerebro se reorganiza con nueva información, nuevas ideas o nuevas habilidades que se almacenan. Esto sucede a través de la formación de nuevas conexiones neuronales e incluso nuevas neuronas.

Además, tiene enormes implicaciones al considerar la mejor manera de activar el potencial de aprendizaje y de ganancia tanto de los individuos como de los equipos. La capacidad de hacer grandes preguntas es una habilidad que puede ser dominada por individuos con la motivación y las enseñanzas adecuadas.

– Vincular la curiosidad a la recompensa de dopamina.

Si no eres curioso, no estás interesado, y si no tienes pleno interés en el desafío que afrontas, es poco probable que hagas realmente buenas preguntas. Por lo tanto, fomentar la curiosidad es crucial para desarrollar el cuestionamiento estratégico.

– Metacognición. Saber lo que no sabes

La metacognición es la capacidad de autorregular los procesos de aprendizaje. Como tal, involucra un conjunto de operaciones intelectuales asociadas al conocimiento, control y regulación de los mecanismos cognitivos que intervienen en que una persona recabe, evalúe y produzca información, en definitiva: que aprenda.

Nuestros cerebros tienen dos poderosos impulsos evolutivos. En primer lugar, nuestros cerebros se preparan para asegurarse de que aprendemos la esencia de un nuevo concepto rápido, ya que podría ser la clave para la supervivencia. Sin embargo, no somos tan buenos en recordar detalles.

En segundo lugar, nuestros cerebros tratarán de dar sentido a cualquier nueva información mediante la generalización de esta y aplicarlo en todos los ámbitos para conseguir el máximo aprovechamiento de este nuevo aprendizaje.

¿Alguna vez te ha pasado aprender algo nuevo y pensar que ya lo tenías dominado, sólo para descubrir que había lagunas en su comprensión? Entender la metacognición significa que sabrás preguntarte algunas cuestiones sobre lo que realmente sabes.

El cuestionamiento estratégico requiere que queramos aprender y creer que podemos.

Lo importante es que debemos hacernos tiempo en la agenda para dedicarlo a este tipo de pensamiento dentro de nuestra planificación de negocio. Si no, el desarrollo del pensamiento estratégico nunca ocurrirá.

Y si postergamos esa asignación de tiempo, puede que nuestra empresa corra el riesgo de seguir decisiones rápidas que carecen de la creatividad y las ideas derivadas de un proceso de pensamiento estratégico.

Un componente adicional a esta forma de pensar es la osadía. Toda decisión estratégica conlleva implícito un riesgo, es parte del juego. Las decisiones estratégicas trabajan sobre futuros supuestos por lo que no hay cabida para una seguridad plena, sino más bien para «porcentajes de certeza», y es el pensamiento estratégico el que mejora ese porcentaje.

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Conversaciones que matan una Organización

Por Isabel Carrasco González

Jeffrey Schwartz y Josie Thomson en strategy+business del pasado 26 de abril plantean que los mensajes falaces pueden hundir una organización, por lo que los líderes deben reformularlos para desarrollar narrativas positivas.

Muchas empresas se encuentran ante un problema cultural que consiste en que en ellas se produce un flujo constante de mensajes inexactos pero persuasivos que las conducen a situaciones de desmoralización y a direcciones autodestructivas. Normalmente cuando los líderes se quejan de sus culturas suelen hacerlo en relación con estas distorsiones corporativas cognitivas. Parece como si todos los profesionales que trabajan en la organización se estuviesen engañando a sí mismos y a los demás al considerar sus servicios o negocios y su potencial.

Estos mensajes organizacionales no se suelen  examinar, se dan por buenos y se fortalecen a través de las conversaciones diarias. Cuando un líder dice sobre una idea que ya se intentó en el pasado y que no funcionó surge un consenso implícito: “Nunca funcionará algo como eso” y las personas tratan a ese mensaje como un axioma incuestionable, asumen que los demás también lo creen, lo repiten a todos los niveles y evitan cualquier acción que pueda contradecirles. Son similares a mayor escala a los que todos los individuos experimentamos cuando pensamos, por ejemplo: “nadie me aprecia”, “ siempre lo estropeo todo “ o “soy tan especial que puedo hacer lo que quiera”.

El fenómeno de la neuroplasticidad que consiste en el hecho de que la actividad mental recurrente tiende a fortalecer los circuitos mentales relacionados con ella, otorga poder a estos mensajes. Los pensamientos y sentimientos habituales se tornan más fuertes y fáciles de repetir con el tiempo. Afectan, también, a la forma en que contemplamos el mundo que nos rodea ya que aumentará nuestra percepción de los fenómenos y hechos que refuercen estos pensamientos.

Al llegar a la edad adulta la mayoría de las personas han aprendido a controlar estos mensajes y somos conscientes de que tenemos que salir de nuestra zona de confort para aprender y conseguir cosas nuevas. Pero esta resistencia y control  tiene un coste que en las organizaciones se manifiesta como comportamientos basados en creencias o presunciones que no gustan a nadie pero que nadie se atreve a desechar y cuestionar. En este contexto la labor del líder consiste en constatar y resaltar  que son simplemente mensajes y no realidades, reformularlos e incidir en esos nuevos mensajes más exactos hasta que se conviertan en una parte de la cultura.

Las categorías  de mensajes falaces más frecuentes en las organizaciones son:

1.- Percepciones erróneas sobre el riesgo. La excesiva confianza en la que los ejecutivos subestiman el riesgo de sus actividades ha conducido a muchas organizaciones a la ruina, como por ejemplo cuando dicen “no tenemos que preocuparnos por la pérdida de clientes” cuando se enfrentan a un nuevo competidor. En ocasiones este tipo de mensaje engañoso surge alrededor de un líder heroico y narcisista: “nuestro líder corre riesgos y siempre sale vencedor”.

La otra cara del exceso de confianza es la excesiva aversión al riesgo, que puede ser igualmente debilitante, especialmente si se convierte en la norma: “debemos prevenir o al menos prepararnos para cualquier posible fallo”. En ocasiones se presenta como la necesidad de acumular todo el apoyo posible para una decisión antes de aprobarla: “me parece bien a mí, pero no podemos correr riesgos, así que mejor preguntar a otras personas también”. Otras veces conduce a la parálisis por el análisis, en la que no se avanza hasta que no se hayan considerado todas las posibilidades detalladamente. El resultado es que los que tienen que tomar decisiones no lo hacen y dejan escapar valiosas oportunidades. Inintencionadamente este tipo de organizaciones con una aversión excesiva al riesgo están tomando el riesgo más peligroso: quedarse atrás debido al tiempo empelado en una reflexión colectiva.

2.- Percepciones erróneas sobre el valor. Proporcionan una idea confundida sobre el valor potencial de los esfuerzos. En ocasiones se presentan en forma de un exceso de perfeccionismo: “no vale nada si no es perfecto, sin el mínimo defecto”. Un equipo puede no proponer una idea, como consecuencia, porque piensa que no es lo suficientemente buena.

Lo contrario es el aceptar los trabajos subóptimos siempre que cumplan con las especificaciones. Este tipo de mensaje lleva a las personas a no comprometerse en profundidad y a desechar cualquier esfuerzo de mejora porque “no vale la pena molestarse”, así como a mirar hacia otro lado cuando los compañeros actúan de esta forma.

3.- Percepciones erróneas sobre la capacidad. Las personas con un sentido irreal y excesivo de sus propias capacidades creen que pueden asumir cualquier tarea por difícil que sea aunque no tengan las competencias necesarias. También se manifiesta en forma de “leer la mente” que consiste en proyectar nuestras propias actitudes en los demás y asumir que comparten nuestra opinión sobre nosotros mismos y sobre la situación: “todos desean este acuerdo tanto como yo”.

Las que, por el contrario, se subestiman tienen una mayor tendencia a rendirse y no arriesgarse aunque posean las capacidades requeridas para tener éxito. En las organizaciones se manifiesta como una inseguridad arraigada en la que grupos enteros internalizan la idea de que no son eficaces y nunca lo van a ser. Esta percepción errónea con frecuencia incluye la distorsión cognitiva conocida como “desechar lo positivo” por la que cualquier hecho positivo que se atribuya a la organización o a nuestro trabajo debe ser falso.

4.- Percepciones erróneas sobre la validez. Nos llevan a creer que algo es correcto o verdadero por los sentimientos que nos provoca o por la pura lógica que subyace paro no por ambas razones. Es una distorsión cognitiva frecuente: separar la razón de la emoción.

Los mensajes con la distorsión cognitiva llamada “razonamiento emocional” sugieren que si mis compañeros y yo tenemos la sensación de que algo es cierto debe serlo: “nos sentimos bien sobre esto, por lo que no esperamos problemas” o “ no sentimos que sea correcto, existe un problema”. Cuando basamos una decisión en cómo nos hace sentir nos podemos equivocar. Este tipo de razonamiento con frecuencia conduce a las profecías autocumplidas.

Lo contrario al razonamiento emocional es la racionalidad rígida: “hemos tomado una decisión de una forma lógica por lo que no puede haber desacuerdos sobre ella”. Esta es la falsa percepción que subyace a la “falacia del racionalismo económico” que consiste en la idea que un resultado racionalmente defendible será evidente y puede ser persuasivo: “todos apoyan los recortes porque han escuchado las razones lógicas que los apoyan, y son conscientes de que nos convertirán en una compañía de mayor alto rendimiento”. Los recortes pueden ser necesarios y estar justificados pero no tienen por qué despertar las emociones que nosotros creemos.

El primer paso para gestionar estos mensajes engañosos es reconocer su existencia y que no representan una realidad, sino que son simplemente cosas que nos decimos a nosotros mismos. Cuanto más claro veamos esto más capaces seremos de cambiar la situación y de neutralizarlos.

La indagación es la clave para el cambio. No debemos decir: “este mensaje es equivocado” o “¿Por qué hemos creído esto?”. En lugar de ello podemos indagar para intentar comprender por qué ese mensaje ha llegado a convertirse en parte de nuestra vida organizacional o qué problema estábamos intentando solucionar. Si nadie se ha cuestionado el concepto, la estrategia o el enfoque en años el plantear este tipo de preguntas puede mostrar que no son preceptos inamovibles. Son ideas y prácticas que adoptamos en el pasado y que pueden ser reconsideradas una vez que son reconocidas por lo que realmente son.

Posteriormente deberemos reformular el mensaje de forma que no tenga efectos nocivos y que sea realista.

 

Cuando un líder identifica este tipo de mensajes como problemas en lugar de aceptarlos consigue no estar condicionado por fuerzas que no ve. Cuando los reformula, proponiendo nuevos mensajes que lleven en la dirección correcta se activan patrones de un nivel más alto de comportamiento en nuestra mente y eventualmente los mensajes no son tan falaces y engañosos y las personas entienden que esos mensajes no son sólo una forma de percibir la realidad sino una elección para percibir la realidad de una forma más exacta y constructiva.

Licencia de contenido del blog de “Hablemos de liderazgo”

Publicado en Hablemos de Liderazgo. Post original aquí.
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