Aquí y ahora ¿Es realista no anticipar?

por Miriam Rocha Díaz

Estamos preparados genéticamente para realizar aprendizajes que nos permitan adaptarnos al mundo en el que vivimos y anticipar el futuroAprendemos de de la experiencia propia y ajena y en base a ello somos capaces de pronosticar lo que va a ocurrir y lo hacemos muchas veces con el fin de protegernos de imprevistos y cosas negativas, pero… ¿es esto siempre útil?

Existe una diferencia entre anticipar para poder prepararnos y saber dar una respuesta adecuada a las circunstancias y ahogarnos en el agobio de la necesidad de controlarlo todo, incluido lo que está por venir.

No podemos renunciar al pasado (nuestras experiencias de aprendizaje nos permiten comprender y adaptarnos a nuestro entorno), ni ser ajenos al futuro (anticipar en cierta medida lo que nos puede sobrevenir).

La anticipación del futuro tiene una función adaptativa. Con ello buscamos reducir el desasosiego que produce la incertidumbre y la falta de control. Tratamos de evitar la posibilidad de que el futuro nos pille desprevenidos o nos haga sufrir. Buscamos estar preparados.

Existe un punto en que esta tendencia a predecir se convierte en un problema que nos puede generar sufrimiento y ansiedad. La barrera entre lo natural e incluso funcional y lo problemático se encuentra en saber diferenciar entre anticipaciones constructivas que nos ayuden a adaptarnos de manera flexible al devenir y el recrearnos en la anticipación de amenazas y problemas. En estos casos podemos no estar haciendo un pronóstico ajustado y realista, sino estar siendo víctimas de nuestros miedos o de una distorsión en la valoración de las amenazas. Lejos de favorecer un afrontamiento satisfactorio, nos provocará angustia e incluso bloqueo, por lo que no nos resultan útiles.

Cuando imaginamos amenazas futuras exageradas estamos haciendo presente esa angustiosa realidad, por lo que nuestra reacción emocional será acorde con lo imaginado. Si tenemos en cuenta que en gran parte de los casos esas anticipaciones negativas tan exageradas nunca lleguen a darse (o al menos no en las dimensiones imaginadas), habremos pasado un mal rato de forma gratuita.

Querer reducir la incertidumbre y sentir las cosas bajo control es algo natural y casi inevitable, pero lo que sí debemos es tratar de evitar llevar al extremo esa búsqueda de control para que no nos obsesione, limite y paralice.

Asumir que la vida está llena de aspectos incontrolables es un requisito para aprender a llevar los imprevistos de manera más satisfactoria sin pretender estar siempre alerta.

Publicado en el Blog de Miriam Rocha Díaz. Post original aquí.

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Afrontamiento de las decisiones y los cambios

por Miriam Rocha Díaz

El cambio forma parte de la vida y constantemente tenemos que adaptarnos a las diferentes circunstancias que van apareciendo. Cambios en el puesto de trabajo, cambio de jefe, cambio de residencia, ruptura de pareja o inicio de nuevas relaciones, cambios en el grupo de amigos, casarse, convertirse en padres, mudarse de ciudad o país… todos estos son ejemplos de situaciones que forman parte de la vida de todos nosotros y que nos ponen en el brete de tener que hacer modificaciones en nuestras rutinas y costumbres y nos obligan muchas veces a tomar decisiones.

Los cambios, sobre todo cuando son bruscos o imprevistos, o cuando están relacionados con aspectos importantes de la vida, generan cierto miedo, pues nos obligan a romper con el modo de vida al que estábamos habituados y en el que nos encontrábamos relativamente cómodos. El cambio implica incertidumbre y lo desconocido, aquello que escapa a nuestro control y que nos resulta impredecible, genera temor e inseguridad.

Sentirnos dubitativos e inseguros a la hora de enfrentarnos a los cambios es una reacción normal y relativamente adaptativa, pues nos ayuda a analizar y explorar cuidadosamente las nuevas circunstancias, pues un exceso de confianza inicial podría tener consecuencias muy negativas (que se lo pregunten si no a nuestros antepasados, a los que la prudencia les salvó la vida en más de una ocasión). ¡Pero cuidado! Experimentar cierto miedo al cambio es normal y adaptativo, pero que este temor nos paralice y nos impida actuar y afrontar adecuadamente las nuevas situaciones o tomar decisiones con claridad, puede convertirse en un problema.

Debemos aceptar que las circunstancias difíciles, inesperadas y cambiantes forman parte de la vida, y que por tanto, la adaptación a los cambios también es un esfuerzo que tenemos que realizar por nuestra parte, si queremos aprender a vivir la vida de manera más plena, saludable y feliz. No podemos controlar todas las circunstancias de nuestro entorno, pero lo que sí está en nuestra mano es el modo en que las gestionemos y afrontemos.

Los cambios en nuestra vida nos obligan la mayoría de las veces a tomar decisiones más o menos relevantes. A veces vamos aplazando estas decisiones por miedo a lo que nos deparen. Este miedo está muy bien reflejado en el dicho popular “mejor lo malo conocido, que lo bueno por conocer”. La comodidad de lo que ya conocemos nos lleva muchas veces a no dar pasos hacia adelante, incluso aunque lo que tengamos no termine de convencernos o satisfacemos, porque ¿y si lo que viene después es peor?

Estos miedos y anticipaciones son frecuentes cuando nos enfrentamos a una toma de decisiones, pero el hecho es el siguiente: Si nunca damos el paso y nos exponemos a lo nuevo, nunca podremos mejorar el momento presente, y nunca podremos comprobar si realmente nuestros temores eran ciertos.

A la hora de afrontar una toma de decisiones debemos contar con que no es algo fácil de afrontar y tener en cuenta que no hay solución ideal y perfecta, pero mantener la situación presente muchas veces tampoco es la mejor solución. Toda toma de decisiones supone inclinar la balanza a favor de una opción y en detrimento de otra/s, por lo que inevitablemente implica hacer una renuncia y asumir un riesgo:

  • Asumir un riesgo: Porque nadie garantiza que la opción tomada sea la mejor a la hora de la práctica y porque siempre puede haber factores externos con los que no contábamos y que pueden escapar a nuestro control. No obstante, en nuestras manos también está aprender a gestionarlos y poner en marcha estrategias para darles solución.
  • Realizar una renuncia: Porque nos veremos privados de los aspectos positivos de otras opciones, pero también de las consecuencias negativas de esas mismas opciones. Y no podemos olvidar que, si nos decantamos por una opción, es porque la consideramos la mejor después del proceso de análisis realizado.

Existen procedimientos para ayudarnos a tomar decisiones de la manera más racional y acertada posible, con el fin de elegir aquella alternativa que maximice las ganancias y minimice las consecuencias negativas, pero nadie nos librará del factor riesgo y de la renuncia. En la toma de decisiones nos ayudará realizar los siguientes pasos:

  1.  Definir la situación o problema sobre la que hay que decidir.
  2. Exponer todas las alternativas posibles (incluso las más sorprendentes) a modo de “lluvia de ideas”. Las claves son la cantidad y la variedad.
  3. Posponer inicialmente la valoración y el juicio sobre cada alternativa. Desechar nuestros miedos y prejuicios sobre cada una de ellas con el objetivo de que no sesguen la decisión ni nos disuadan de tomarla.
  4. Descartar aquellas opciones inviables.
  5. Analizar pormenorizadamente los pros y los contras de cada una de las alternativas viables, teniendo en cuenta varios aspectos fundamentales: 1) En qué medida resuelve la situación, 2) En qué medida me siento bien con esta solución, 3) Cuál es el balance de coste/tiempo, 4) Cuál es el balance de coste/beneficio.
  6. Optar por la decisión que maximice lo positivo y minimice lo negativo y empezar a llevarla a la práctica, anticipando previamente los obstáculos que nos podemos encontrar. Esto nos ayudará a saber afrontarlos cuando aparezcan.

Algo con lo que debemos contar es que ninguna solución es perfecta, pero una vez tomada, debemos estar seguros de que ésa es la mejor decisión que podríamos haber tomado. Ya no es momento de pensar cómo hubiera sido todo si hubiéramos decidido algo diferente, pues eso nunca lo sabremos. Para nuestra tranquilidad, debemos contar con que NADA ES INSALVABLE. Incluso aquellos obstáculos que puedan aparecer, podremos irlos afrontando poco a poco, pero lo que está claro es que si no hay cambio, no hay mejoras y dejar que nuestros miedos nos paralicen puede cortarnos mucho las alas e impedirnos descubrir lo que otros modos de vida (situaciones, parejas, trabajos…) nos deparan.

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Tolerar la Incertidumbre

por Miriam Rocha Díaz

A los seres humanos por lo general nos gusta sentirnos seguros y con control sobre las cosas. Lo impredecible genera cierta ansiedad y la incertidumbre y los cambios pueden ser motivo de estrés y malestar para muchas personas que no han aprendido a lidiar adecuadamente con esas situaciones. Saber tolerar la incertidumbre es algo que se aprende, pero el primer paso es admitir que lo inesperado forma parte de la vida.

De todo ello tuve la oportunidad de hablar con María José Montesinos en la entrevista que me hizo para la Revista Bedding MagazinePodéis leer la entrevista en las páginas 26-29.

«Querer tener cierto grado de control sobre las cosas es comprensible, pues nos ayuda a predecir lo que va a ocurrir y eso nos genera tranquilidad y garantiza una mayor estabilidad emocional, al tratar de reducir los imprevistos. Pero es importante entender que en la vida siempre habrá cosas que escapen a nuestro control, con las que no podemos contar o que no sabemos exactamente cómo van a evolucionar. Es decir, la incertidumbre es inevitable y, por tanto, lo mejor que podemos hacer es aprender a tolerarla».

¿Aceptar la incertidumbre o resignarse a lo que pase?

«Hay una diferencia entre asumir cosas que nos hacen sufrir, sintiéndonos víctimas pasivas, y pensar en que tenemos capacidad de influir en cómo nos tomamos esa situación. La clave radica en el afrontamiento. Sentirse sin ninguna capacidad de control sobre la situación genera ansiedad y desesperanza, pero esto no es cierto, sí hay algo en lo que tenemos control: en cómo nosotros decidimos afrontarlo».

¿Preferimos lo malo conocido?

«Los cambios generan incertidumbre porque abren las puertas a algo nuevo. Cuando conocemos las reglas del juego nos movemos como pez en el agua, pero cuando estas reglas cambian, nosotros debemos cambiar también. Y a veces las nuevas reglas dan lugar a un juego mucho más apasionante. Si no nos permitimos probar nunca lo sabremos. Por eso está bien salir de la zona de control. El cambio sólo puede dar miedo si anticipas cosas negativas de ello. Sin embargo, a veces caemos en el error de preferir no ver alterada nuestra rutina aunque en realidad tengamos una vida que nos aburre o nos hastía.

Mucha gente está cansada de la vida que lleva, pero tampoco hace nada por modificarla porque se ha acomodado y ‘prefiere lo malo conocido’, que enfrentarse al miedo a lo desconocido. Esto puede pasar en muchos ámbitos: parejas, trabajos, lugar de residencia… Pero la consecuencia de no querer cambiar nada es que tampoco cambiará esa sensación de hastío o de no sentirse ‘realizado’ del todo».

¿Qué hay que hacer cuando ocurre lo inesperado?

Es importante ser realistas y simplemente contar con que es posible que haya cosas que ocurran con las que no contábamos o que no nos agradan. Unas veces sí podremos hacer algo para que las circunstancias cambien y mejoren y otras veces simplemente nos tocará aceptarlas y esperar a que pasen, tratando de llevarlo le mejor posible a nivel anímico y que interfiera lo menos posible en nuestra vida. Pero es importante que el contar con la posibilidad de que ocurran cosas, no se convierta en un miedo que nos bloquee o nos haga sentir vulnerables. En la práctica clínica nos encontramos muchos casos de personas que sufren intensamente por la posibilidad de que ocurran cosas malas (muertes, enfermedades, fracasos…) sin embargo, estas anticipaciones son totalmente irracionales. No sabemos si eso llegará a ocurrir o no, pero esos miedos les bloquean y les hacen pasarlo mal.

Sin embargo, la realidad es que tenemos mucho grado de control sobre la gran parte de las cosas que rodean nuestra vida e incluso aunque lleguen malos momentos, también podemos hacer cosas para que nos afecten menos.

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