Fuente: WOBI Content Team
Instalado como una de las figuras intelectuales más prominentes del siglo XX, Peter F. Drucker nos enseñó a identificar los problemas económicos y sociales, y a ver en ellos oportunidades. Le rendimos tributo en esta nota.
Fue un pensador universal, analista sagaz de la realidad política, económica y social, y un educador nato. Si bien es considerado el “padre fundador” de la disciplina del management, prefirió ser catalogado como escritor y “ecologista social”. En sus libros y artículos, dedicados a explorar la naturaleza de las organizaciones comerciales, gubernamentales y sin fines de lucro, predijo importantes fenómenos como la privatización, la descentralización y el surgimiento de la sociedad de la información, con su consecuencia: la necesidad de un aprendizaje de por vida.
Peter F. Drucker nació en Viena el 19 de noviembre de 1909, cuando esta ciudad era un centro económico y cultural, y se crió en el seno de una familia intelectual. Su educación transcurrió en su país natal, en Londres y en Franc-fort (donde obtuvo un doctorado en Leyes).
En su primer libro, The End of Economic Man (El fin del hombre económico), publicado en 1939, expuso sus razones sobre las causas del fascismo, y analizó las fallas de las instituciones establecidas. Planteó que la inseguridad, el miedo, la depresión y el desempleo (a los que llamó “los demonios”) producían un vacío que creaba las condiciones para la emergencia de un dictador, y fundamentó la necesidad de un nuevo orden social y económico. Drucker dijo más tarde que en esa época lo único que hacía bien era observar fenómenos y preguntarse qué significaban. “En 1933 ya sabía cómo terminaría Hitler, y entonces empecé mi primer libro, que no pudo ser publicado hasta 1939, porque ningún editor quería aceptar tan horribles visiones.”
El profesor Joseph A. Maciariello, de la Universidad de Claremont, sostuvo que, sin duda, Drucker había dedicado toda su vida a asegurarse de que algo así no volviera a ocurrir. Y por ese motivo decidió radicarse en los Estados Unidos en 1937, luego de trabajar un tiempo en Londres como economista y periodista.
En 1942, en su segundo libro, The Future of Industrial Man (El futuro del hombre industrial), analizó la cuestión de la posibilidad de la libertad individual en una sociedad industrial. Para esa época ya había comenzado a trabajar como consultor, la profesión que lo acompañaría a lo largo de su vida, asesorando a grandes y pequeñas empresas, agencias gubernamentales y organizaciones sin fines de lucro, en los Estados Unidos, Europa, América latina y Asia.
Nacimiento del management
El punto de partida en su trabajo como pensador del management lo constituyó, en 1946, su libro Concept of the Corporation (El concepto de la corporación), donde analizó a una de las mayores corporaciones estadounidenses, la General Motors, y mostró la importancia de la descentralización para el crecimiento y el fortalecimiento de una compañía. La descentralización permitía crear grupos más pequeños y más seguros de la importancia de su propia contribución. El éxito de esta obra demostró que en esos años había un gran interés por la gestión.
En 1954 publicó The Practice of Management (La práctica del management), el primer libro que define a la gestión como una práctica y una disciplina en sí misma. Presenta allí el concepto de “gestión por objetivos” como una genuina filosofía de management, y brinda una valiosa guía práctica para los gerentes interesados en evaluar su desempeño, diagnosticar sus propias fallas y mejorar su productividad, así como la de su compañía. De esta manera, Drucker se proponía llegar al común de la gente interesada en aprender a administrar, algo que en ese entonces estaba reservado para una elite. Este libro fue la primera “Biblia” de la gestión, una especie de manifiesto de lo que para Drucker no era una ciencia ni un arte sino una profesión, que, como la medicina o la abogacía, debía aspirar a extraer lo mejor de las personas.
Managing for Results (Administración por resultados), aparecido en 1964, es una obra complementaria de la anterior, que explica por qué es necesario poner el foco en las oportunidades más que en los problemas, para hacer que una organización prospere. Es, también, el primer libro que aplica el término “estrategia” a los negocios, cuando la palabra pertenecía todavía casi con exclusividad al ámbito militar. Por esta razón Drucker debió renunciar al título original, que era, precisamente: “Estrategias de negocios”.
Preocupado por la ética en las relaciones laborales, fue también el primero en afirmar que los trabajadores eran un recurso y no un costo. También planteó que la corporación era una comunidad humana, que debía construirse sobre la confianza y el respeto hacia el trabajador —según él, el mayor de los recursos de la empresa—, y no convertirse en una máquina de lucro.
En 1959 acuñó el término “trabajador del conocimiento”, que guió su pensamiento de allí en más, a tal punto que llegó a considerar que la productividad del trabajo del conocimiento sería la próxima frontera del management.
A fines de la década de los ’60, cuando la sociedad estadounidense lloraba la muerte de Kennedy y tomaba partido frente a la guerra de Vietnam y las movilizaciones de los jóvenes, Drucker planteó que las revoluciones eran en realidad el reflejo, la manifestación externa y abrupta, de cambios más profundos y graduales, a los que llamó “discontinuidades” en su libro de 1969: The Age of Discontinuity (La era de la discontinuidad). Su brillante análisis lo ha convertido en una obra imprescindible para comprender la época actual. Cuesta creer que se haya escrito cuatro décadas atrás.
Drucker habla allí del rol del gerente, de la privatización y de los trabajadores del conocimiento, y se pregunta “qué debemos hacer hoy para forjar el mañana”. Este libro fue también uno de los primeros en señalar el ascenso económico de Japón y extraer conclusiones de ello. Sin embargo, no constituye una excepción. Por el contrario, es característico de Drucker que sus ideas no caduquen con el paso de las décadas. Así ha sucedido a todo lo largo de su prolífica vida intelectual.
En el prólogo que escribió para una reedición de esta obra en 1992, manifiesta que la respuesta a la que aspira el análisis social es una respuesta validadora. Para ello, el análisis no debe referirse a lo que las personas ya saben —pues sólo sería un informe sobre el ayer—, ni tampoco desarrollar algo que la gente no reconozca ni perciba, porque en ese caso sería un análisis “futurístico”, un eufemismo de cuento de hadas. Cada libro de análisis social que logró superar la prueba del tiempo, explica Drucker, tuvo la cualidad de ser algo nuevo, pero a la vez algo frente a lo cual la respuesta de los lectores y los críticos fue: “Por supuesto”. Así pasó con los escritos de Max Weber, y también con La era de la discontinuidad. Que este libro tuviera esa cualidad un cuarto de siglo después de haberse escrito, era para su autor el logro más importante de la obra.
Un intelectual apasionado por enseñar
Drucker alternó el trabajo docente con el de consultor y escritor. Entre 1950 y 1971 fue profesor de management en la Escuela de Negocios para Graduados de la Universidad de Nueva York. Desde 1971 tuvo a su cargo la cátedra de Ciencias Sociales en la Universidad de Claremont, en California. (En 1987, la universidad lo homenajeó poniéndole su nombre a la Escuela de Negocios.)
Como autor, produjo más de 30 libros sobre temas relacionados con la sociedad, la política, la economía y el management, que fueron traducidos a más de 20 idiomas. Entre otros, se destacan, además de los ya nombrados: The Effectice Executive (El ejecutivo eficaz), Post-Capitalist Society (La sociedad poscapitalista); Drucker on Asia (Tiempo de desafíos, tiempo de reinvenciones, escrito con Isao Nakauchi, uno de los más importantes empresarios japoneses de la posguerra), y Management Challenges for the 21st Century (Los desafíos de la administración en el siglo XXI). Los tres tomos de Escritos fundamentales (El individuo, El management, La sociedad) reúnen sus principales aportes. También escribió dos novelas (The Last of All Possible Worlds y The Temptation to Do Good) y un volumen autobiográfico, Adventures of a Bystander.
Drucker fue columnista habitual en The Wall Street Journal entre 1975 y 1995, y contribuyó con ensayos y artículos en numerosas publicaciones, incluidas la Harvard Business Review (con más de treinta colaboraciones), The Atlantic Monthly, The Economist y Gestión. Como el pionero más importante del mundo en la teoría del management, fue galardonado con la Medalla Presidencial de la Libertad por el presidente norteamericano George W. Bush en 2002.
“Drucker planteó que las revoluciones eran la manifestación externa y abrupta de cambios más profundos y graduales, a los que llamo discontinuidades”
En sus escritos explicó sus ideas con lucidez y claridad, invitando al lector a viajar a través de la historia y examinar cada uno de los aspectos destacados de la vida social, y enlazó con naturalidad hechos aparentemente inconexos.
De la lectura de sus libros se extraen ideas que se anticipan a su tiempo, como las que presentamos a continuación:
- Si en la sociedad capitalista, el capital es el recurso productivo fundamental —y opuesto al “trabajo”—, en la nueva sociedad “poscapitalista” del conocimiento, el recurso primario será el saber, y sus protagonistas, los hombres y mujeres depositarios de aquél.
- Las organizaciones de la sociedad poscapitalista deben tener como finalidad el cambio constante y la innovación (entendida esta última bajo la idea schumpeteriana de “destrucción creativa”, un reflejo de la admiración de Drucker por el economista austro-húngaro Joseph Schumpeter). Por otra parte, toda empresa necesita ser siempre “gestionada”, es decir, contar con alguien que se responsabilice de la misión, que sea capaz de establecer la estrategia para llegar a la meta. Alguien que cumpla el papel del director de una orquesta, arquetipo, para Drucker, de la organización moderna.
- La Revolución Industrial se parece a la Revolución de la Información mucho más de lo que imaginamos, ya que ambas transforman procesos y no productos.
- Los gerentes deben tener una autoridad considerable, pero su trabajo en una organización no es mandar sino dirigir.
- Si las instituciones de una sociedad pluralista no se desempeñan con una autonomía responsable, no serán posibles el individualismo, ni una sociedad en donde las personas tengan la oportunidad de realizarse plenamente. Y entonces la tiranía se convertirá en la única alternativa.
- Lo que hoy consideramos conocimiento se demuestra en la acción, lo que implica entender el saber como “información enfocada a los resultados”.
- El valor es creado por la productividad y la innovación, aplicaciones del conocimiento a la producción.
- El conocimiento cambia las relaciones entre los agentes económicos y la estructura del poder; por lo tanto, los nuevos líderes van a ser los profesionales del conocimiento.
- Drucker demostró en sus libros la importancia de aprender del pasado y generar un futuro que implique una superación. Fue un gran visionario, lo que no debe confundirse con futurista. Cuando habló de tendencias futuras, lo hizo tomando en cuenta el pasado, pero con la mirada siempre puesta en el presente, que es donde residen las verdaderas oportunidades de cambio futuro.
El Drucker más reciente
A lo largo de su vida, Drucker apuntó a promover la dignidad humana y a protegerla del caos económico y político. En la década de los ’80 comenzó a tener dudas sobre el buen funcionamiento del sistema capitalista, cuyas entrañas había conocido como pocos, se convirtió en crítico del egoísmo de las corporaciones, y terminó volcándose hacia las organizaciones sin fines de lucro del tercer sector.
Por su dominio de cuestiones filosóficas, religiosas y políticas, para muchos fue un verdadero “renacentista”. Con gran humildad rechazó la etiqueta de gurú, con todas sus connotaciones superfluas. Reconociéndose como una persona introspectiva, manifestó, ya en sus últimos años, que había ayudado a unas pocas buenas personas a ser efectivas al hacer las cosas correctas.
Peter Drucker falleció el 11 de noviembre de 2005, a los 95 años, en Claremont, California, mientras planeaba un nuevo libro. Dejó como legado una nueva forma de entender el mundo —y el management, en particular—, y un enorme vacío en el ámbito intelectual. Les enseñó a generaciones de estudiantes y gerentes la importancia de incorporar a las mejores personas y de colocarse del lado del cliente. Creía que la gente talentosa era el ingrediente esencial de toda empresa exitosa.
Se dijo de él que era un hombre cuya mente se movía en círculos, que era capaz de realizar largas digresiones hasta llegar finalmente a una cuestión específica. Que podía pasar de analizar el rol del dinero en el Fausto de Goethe, a narrar la historia de cuando su abuela tocaba el piano para Johannes Brahms, si eso le servía para expresar sus ideas.
Este año se conmemora el centenario de su nacimiento, oportunidad para volver a leer a un líder indiscutible, que dedicó su vida a estudiar los grupos humanos y a valorizar el rol transformador del individuo dentro de la sociedad. Según su visión, sólo hay que desconfiar de quien no comete errores, pues la superación de los errores es lo que vuelve a la gente competente.
Publicado originalmente en WOBI, Volumen 15, Enero/ Febrero 2010. Post original aquí.
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